miércoles, 5 de diciembre de 2007

Cazadores de Hombres Lobo
Ø Jorge Luis Sáenz

R
ecuerdo la noche que vi un hombre lobo por primera vez... La lluvia ácida caía inclemente. La que en ese entonces era mi mujer y yo, salimos del metro tomados de la mano. La mole de cristal color humo reflejaba la luna llena de Coyoacán, la reproducía cientos de veces con su insolente grandeza. Caminamos cortando la ventisca invernal hacia el puente de Río Churubusco.
A las 23:30 el silencio pesaba tanto como el halógeno amarillo del alumbrado. Nuestras manos húmedas sabían que pensábamos en asaltos, en torvos sujetos con navajas automáticas, en los recientes crímenes violentos y las mujeres que aparecían descuartizadas por aquí y por allá. Repentinamente bajo el puente, el único lugar donde no llovía, se oyó un fuerte impacto seguido de una cascada de diamantes. Mi vieja y yo no alcanzamos a ver lo que había ocurrido, avanzamos unos pasos y descubrimos la causa del estruendo: un vocho gris se había incrustado en la parte trasera de una camioneta.
El hombrecillo acodado sobre la mesa de Sanborns mira con ojos desorbitados a su interlocutor, un joven con cara de lagartija y acné triste. Se estruja las manos como queriendo quitarse un líquido pegajoso. Masca sus enchiladas suizas y dobla y desdobla viejos y chamagosos periódicos de nota roja frente a la jeta del imberbe. El hombrecillo de edad indescifrable, nicotina en toda la dentadura y gabardina negra de hace veinte temporadas, no deja de sudar frío a las once de la mañana.
-Tu todavía no sabes nada de lo que, lo que significa salir a cazar al hombre bestia... es como una puta condena, una maldición que te persigue cada hora de tu perra existencia... Pero, mejor, te sigo contando la primera vez que lo vi al cabrón, fue hace como doce años y todavía no teníamos hijos; después todo se fue al carajo por culpa de los pinches hombres lobos, me cai.
El conductor de la camioneta, que sólo llevaba como copiloto un gigantesco perro de peluche rosa, ándale, como los que venden aquí el Día de los Novios, parecía no haber sentido el putazo, permanecía impávido como si esperara que cambiara la luz roja.
Del vocho gris bajó un chavo alto, matudo, con chamarra y pantalón de mezclilla. Se veía bastante acelerado, quiso hablar con el chofer de la camioneta pero el muy puto no bajaba la ventanilla. Entonces comenzó su transformación. El mezclilludo rompió el vidrio a puro madrazo y empezó al golpear al tipo, luego abrió la portezuela y siguió golpeando a placer, el otro parecía costal de gimnasio, ni las manos metía.
-Pero no comas ansias, aguántame el corte, pídete unos molletes con tocino que esto va pa’largo...
Se pararon varios autos a presenciar la madriza, pero sólo uno se atrevió a tocar la bocina, los otros pasaban a vuelta de rueda y luego se pintaban de colores. Mi chava y yo nos quedamos como paralizados cuando empezamos a oír los gruñidos que salían del vehículo y entonces dije como para mí, pero en voz alta, “como que ya estuvo, ¿no?”, pero mi vieja me aferró de la manga...
El hombrecillo, que no halla dónde poner el sombrero sobre la mesa y, al mismo tiempo, se pasa por el rostro un pañuelo empapado de sudor, dice sin más: “Ríete, cabrón, ríete, no sabes en lo que te estás metiendo; esto de cazar hombres lobo es como la chingada, así que si quieres aprender algo, mejor te me vas comportando, ¿estamos?”
El que había sonado la bocina, por fin se atrevió a bajarse de su nave, quiso sujetar al golpeador por la espalda, pero también le tocaron sus cachetadas. Salió huyendo cuando le vio la jeta llena de pelos. Yo dije “con que muy sácale punta el barbón, ¿no?”, y me fajé bien los pantalones, pero ya sabes como son las pinches viejas, que ya vámonos, que no te comprometas, que la madre del muerto...
Del vochito se bajó la que venía con el pandroso de mezcla y acto seguido recibió su ración de insultos y madrazos. El cabrón parecía estar rabioso, su ropa parecía desgarrada y yo pensé que se le había roto en la refriega; entonces se oyó una sirena y y un rayo rojo cruzó por encima del puente, se trataba de una pinche ambulancia, parecía que nadie vendría en auxilio del puto ese de la camioneta.
Cara de lagartija, mocasines, corbatita y traje negro, se levanta para ir a los baños. Se lava la volcánica epidermis y se sube el copete con los dedos. Vuelve a la mesa, mientras el hombrecillo se ha puesto taciturno. Hosco, lo mira con una mueca que no parece sonrisa, agarra sus Delicados sin filtro y busca infructuosamente en el interior del paquete, “¡la puta que me parió!”, escupe y luego suelta sin mirar: “Anda, ve a comprarme otros cigarros!” Gira el cuello y lo hace tronar como matraca, se abanica con la servilleta y amaga: “Tú, muchachito caguengue, no sabes nada del miedo, ni de las trompadas, menos de lo desconocido... pero quién quita y todavía te pueda enseñar algo”.
Para enfrentar a la puta bestia, primer tienes que meterte en tu propio miedo, conocerlo, para poder vencerlo; no puedes permitirte andar sintiendo compasión por nadie o tenerte lástima, si tienes miedo de morir, pues segurito que ya te llevó Patas de Cabra... Eso lo aprendí cuando entré a la Judicial, ahí sí que había compañeros desalmados, güeyes sin corazón, unos verdaderos hijos de perra que luego andan por allí asaltando y violando. Esos cabrones me enseñaron a conocer el verdadero miedo y, luego, a no sentirlo más...
De repente, así sin más se oyó el aullido, fue, cómo decirlo, como si te pasaran una navaja por la espalda, como si unos dientecillos se fueran metiendo en tus venas haciendo cortes por aquí y por allá... Nos pusimos como dos ceras, pálidos pálidos, y luego mi vieja quiso echarse a correr, pero le grité: “pérate tantito, esto no se ve todos los días”. Entonces sí que se puso gruesa la cosa, el mezclilludo ya no parecía tener manos sino garras y unos dientotes, los zapatos se le hicieron pedazos. Luego de despanzurrar al perrote de peluche rosa, la única defensa que interpuso el de la camioneta, comenzó a desmadrarlo. A la de tres nos echamos a correr y nos escondimos atrás de unos coches, yo, por instinto, aferré mi prieta... y dije: “aquí aguanta”, y me fui para la camioneta.
La bestia ni me sintió, le metí tres tiros, pero seguía desgarrando y sorbiendo a su presa; luego me volteó a ver y, puta madre, tenía los ojos rojos como de sangre, por ésta. Se me fue acercando y que le meto otros dos plomazos... Allí se paró en seco, emitió un como rugido y se dobló agarrándose la panza. yo veía a mi vieja, manoteando, pero no la oía gritar, y como que se me doblaron las piernas. Esto gracias a Dios, porque el tipo me saltó encima y pude esquivarlo. Me di la vuelta y vi como lloraba y se revolcaba bañado en sangre. Después salió corriendo, a toda carrera, corría a cuatro patas, ¿sabes?, como perro apaleado.
Sin demora se perdió entre los autos y luz amarilla y plata de la luna llena que daba un tono a la escena como de película del Santo, sólo se escuchaban los aullidos del licántropo por el rumbo del camellón de Río Mixcoac. De inmediato, la chava que venía con él se puso al volante del vocho, metió reversa, y salió rechinando llanta.
-¡No te rías, cabrón, esto es algo serio!
El hombrecillo baja la voz, mira a su alrededor, y sube los ojos al cielo como queriendo apagar el griterío del comedor del Sanborns de los Azulejos. Le muestra al chavo su mueca cómplice y los dientes podridos. “Mira, aquí siguen”, dijo en susurro señalando las páginas centrales de La Prensa, “se han reproducido como hongos. Casi todos los días aparecen señales de sus correrías, pero a la policía, y al mismo gobierno, no le conviene que se sepa que viven junto a nosotros, sería el caos, ¿te imaginas el desmadre que se armaría?”
Yo sabía que me lo había echado, sabía que le metí cinco tiros de la de grueso calibre, pero algo me decía que no le había hecho ni cosquillas. Tenía un presentimiento. De volón me fui por mi vieja y corrimos a buscar un taxi, con el pinche susto llegamos hasta el centro de Coyoacán buscando un sitio, no nos fueran a asaltar...
Al otro día dejé mi chamba, y me fui unos días con unos parientes en la costa chica de Guerrero. Compraba los periódicos todos los días para ver qué había salido, pero nada, a los putos periodistas los tienen bien agarrados de los güevos, pero así es la cosa con “los chicos de la prensa” ¿no? Tampoco quería que me cargaran el muertito, ¿o los muertitos?, pero niguas, ni una sola mención. Allí me empezó rosquillita de los hombros lobos, yo sabía que aquel cabrón era algo diferente, algo me lo decía aquí adentro del pecho, algo que había visto en esa mirada. De eso ya hace doce años y aquí sigo... cazándolos.
El hombrecillo de gabardina se levanta para ir al baño, se lleva los periódicos de la mañana para leer las notas sangrientas del día anterior, los crímenes en los que busca las huellas inequívocas de los licántropos. Solía contar, desde su mesa en el Sanborns, que su primer caso le llevó por accidente. Un día leyó, “por pura casualidad”, de la “Mujer bestia de Chilapa” y se puso en marcha. De aquella aventura casi nada queda, sólo que incineró a su presa dentro de un ataúd, que le servía de guarida, en el panteón del pueblo. Después puso un anuncio en el Aviso Oportuno:
¿Problemas con lo sobrenatural? Aparecidos, vampiros o seres bestiales. Llámeme, lo resolvemos con absoluta discreción.
Las llamadas no se hicieron esperar, así que tuvo que abandonar mujer e hijos e instalarse en un hotelucho del Centro.
La mera verdad la caza de hombres lobo es asunto harto delicado. Mira, lo primero es que te tildan de pinche loco, de alucinado y esas mamadas, bueno, también, ¿ya te dije?, necesitas tener los güevos bien templados. Luego viene lo bueno, no es cierto que el hombre ataca con la luna llena, esas son puras mamadas, la verdad ataca cuanto tiene hambre o sed de venganza, ataca por venganza. La otra cosa es que no se le mata con una estaca en el corazón o con balas de plata, esas son cosas que han inventado en Hollywood, ¡se le quema con gasolina o diesel! Así es como se para de culo al hombre lobo o loba, porque también las hay, nomás se achicharran y ya estuvo, pero para eso hay que encontrarlos, allí está el gran pedo... A veces los encuentras y su familia o la misma policía que te ha contratado empiezan con que “¿para qué la gasolina?”, “¿no podemos llevárnosla más tranquila’”, “mejor lo dejamos para otra ocasión” y pendejadas por el estilo. Por eso hay que cobrar por adelantado, esa es la primera regla del oficio, si no a la chingada y arréglenselas como puedan.
-¿Qué pasó, mi buey, todavía quieres aprender el oficio? Pero ya quita esa sonrisita de tu cara de pendejo o aquí la dejamos, me cai de madre...
Una vez me chingué a unos lobos que vivían los túneles de Guanajuato, una madriguera completa, que se dedicaban a chuparse a las chavitas que iban a la disco y salían todas pedas. Las esperaban en lo oscurito y, zaz, se las almorzaban. Allí me gané el respeto del jefe de la policía del pinche pueblo rabón, porque has de saber que son bien mochos y persignados. Cuando les di fuerza a los lobos, nomás se oía la aullidera y se olía la chamusquina. Luego me vinieron a buscar al hotel, que porque los vecinos se habían quejado de la peste, que se quitaba, y que los mando derechito a la... Semarnap o qué sé yo.
Y no te he contado, pero después aquello tuvo sus repercusiones. Como ya soy bastante conocido en el medio, pues un día que me localiza por teléfono uno de esos lobos que se sienten muy de verdad de Dios, porque dizque me había pasado de lanza con su vieja. me dijo que se le devolviera. Estaba bravo. Me dijo: “O me la devuelves o si no, ojo por ojo”. Me dio mucho coraje porque metió a mi familia en el pleito. Y no me contuve y le contesté: “¿Sabes qué, hijo de la chingada? Al topón, ¡te voy a partir la madre!”
Un par de años después le llegó su hora al desgraciado, pero resultó un maricón el fulano ese. Yo, la verdad, esperaba que me hiciera un gran pancho, que se pusiera al brinco, para poder darle lo suyo; quería ver correr sangre después de dos años de friega, de noches sin dormir, de ir y venir, de andar de la ceca a la meca buscándolo, pero resultó más puto que los trasvestis de la Zona Rosa. y a la verga, pues...
-Entonces qué, mi chavo, ¿te animas, te arrimas o te encimas? Ándale, no seas putarraco. Vente conmigo y yo te enseño los gajes de la profesión; ahorita, por cada lobito, nos andan pagando diez de los grandes... Como la béisbol. Nada más necesitas comprarte tu buena gabardina como ésta y tu sombrerito, Tardán, por aquello de las quemadas. Además es un negocio poco competido y de pasada la andamos haciendo un bien a la sociedad, ¿no? ¡Quítate el pinche miedo de una buena vez! Esos lobos de las películas no se parecen a estos que yo cazo, son fieras, bestias insaciables, los mueve una sed infinita de sangre pero, al fin y al cabo, son hombres, como tú y como yo, y allí está en parte su debilidad...
El hombrecillo coge su sombrero verde botella, los periódicos y la nota que una mesera vestida de extraterrestre había dejado sobre el mantel. Se encamina hacia la caja, acomodándose algo en la pretina del pantalón. Voltea y dice: “Bueno, allí te espero como quedamos, a las 22:30 en la Tapo, no te me vayas a arrugar, salimos para Cuetzalán, donde tenemos un encarguito, en el camino te explico los detalles...”

2 comentarios:

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Este comentario ha sido eliminado por el autor.
-- dijo...

El texto es bastate jocoso y entretenido. Me sorprendió el uso de ciertas palabras que no pensaba encontrar en una lectura relacionada con la escuela. En verdad unas cuantas de esas palabras hacen al texto parecer un tanto más "cagado", es decir gracioso.

¡Ah! Y Maestro, ¡A ver si ya se diga a ver mi Blog, que mi trabajo me costó ponerle las letras capitales y la sangría de primera línea!

Por cierto, mi Blog está en http://afz902e.blogspot.com